Arcadia, la última archivera de la Asamblea, aún se lleva las manos a la cabeza si piensa en la guerra contra los gNomir. Es un tema que le obsesiona y al que ha dedicado todo su tiempo libre durante las últimas diez añadas.
Cada septenario, revisa las bases de datos, incorpora los últimos hallazgos y envía cartas manuscritas a las exploradoras y carroñeras de artefactos que conoce. Estas saben de sobra que deben informarla si encuentran cualquier documento relacionado con la exoespecie, pero las misivas se han convertido en la única vida afectiva que conserva. «Querida y tierna Uki», «te lo imploro entre lágrimas, Mthunzi» o «permanece risueña por siempre, Olathe» son expresiones que utiliza a menudo en las cartas y que pondrían los pelos de punta a los ortodoxos Reverendos-Ingenieros que sistematizan el correo.
Ni siquiera descansa en su habitación, donde tiene colgado un tablero que a veces contempla hasta quedarse dormida. Está lleno de fotografías y noticias que ha «tomado prestadas» del Archivo que custodia, unidas entre sí con cordeles de colores como ha visto en ciertas películas que ha recuperado de los escombros de la Sociedad Precedente.
La Escuela del Porvenir, a la que está subordinado el Archivo, concluye que los gNomir eran unas criaturas acomplejadas y violentas. La guerra no solo era inevitable, aseveran, sino que la inició la exoespecie y, si de alguna manera salimos victoriosos, fue gracias al sacrificio de los Héroes. Arcadia, sin embargo, piensa que la historia no es tan sencilla mientras repasa los acontecimientos por enésima vez.
El mismo día que la nave nodriza de los gNomir alcanzó nuestro planeta circularon los primeros memes. La compararon con un dónut; un dulce frito que el trabajo de Arcadia ha relacionado con las fuerzas represivas de la Sociedad Precedente. Esta orbitó el planeta durante tres septenarios completos en los que ambas especies intercambiaron la información necesaria para garantizar la seguridad del primer encuentro. Lenguas y sus respectivas traducciones, variables de las condiciones atmosféricas y características biológicas representativas, entre otras referencias, se compartieron de buena fe. Se acordó el lugar de desembarco, la sede de la institución conocida como la Organización de las Naciones Unidas, y el módulo de transporte con los delegados gNomir acuatizó sobre el East River.
Las exploradoras aún no han encontrado registros fotográficos del discurso gNomir, pero los vídeos rescatados de algunos servidores digitales muestran el panorama en el exterior de la sede. Calles atestadas de personas, ambiente festivo y todo tipo de parafernalia con ilustraciones de discutido parecido con la exoespecie. Arcadia conserva uno de esos objetos; una taza con el dibujo de un gNomir que saluda con la mano, aunque los dedos índice y corazón están separados del anular y meñique. Y, pese a que el asa de la taza está rota, la guarda como un tesoro.
La apariencia de la exoespecie se filtró al público durante las jornadas previas de comunicaciones y dio tiempo a que un grupo de entusiastas confeccionase una criatura hinchable de más de 20 metros de altura para la bienvenida. Tenía las extremidades anormalmente gruesas y la delegación gNomir sonrió al verla, pero lo que los humanos de la Sociedad Precedente nunca quisieron comprender es que se trababa de un gesto de desagrado en su cultura.
Hasta cierto punto, Arcadia entiende por qué el aspecto del los gNomir resultaba «entrañable». La altura promedio de la exoespecie no llegaba al metro cuarenta, estaban cubiertos de un corto pelaje encrespado y las extremidades eran menos esbeltas que las humanas. Tenían mayor semejanza con los osos de peluche que los propios osos de carne y hueso en los que estos estaban inspirados. Interpretar los rostros gNomir como «simpáticos» o sus movimientos como «torpes», no obstante, son prejuicios que la archivera considera xenófobos, sean estos positivos o negativos.
En cualquier caso, las relaciones entre ambas especies progresaron con cordialidad pese a los primeros tropiezos. Los diez mil gNomir que transportaba la nave nodriza solicitaron asilo en nuestro planeta a cambio de avances tecnológicos y todas las naciones estuvieron dispuestas a ofrecerlo; una solidaridad con el refugiado de la que Arcadia no ha encontrado más ejemplos en la base de datos del Archivo. A propuesta de los propios gNomir, se decidió que estos se repartiesen por todo el globo y se inauguró la Era de la Cooperación y la Prosperidad, pero en menos de cinco añadas estalló la guerra.
Arcadia está de acuerdo en que la violencia atraviesa la cultura gNomir y no se explica que la Sociedad Precedente ignorara las señales. Los diez mil refugiados que llegaron a nuestro planeta pertenecían a la misma tribu; del resto que abandonaron en su planeta natal moribundo sabemos tan poco como de las otras siete especies inteligentes que, según su relato, lo habitaban. Un planeta, además, que ellos mismos destruyeron debido al continuo agotamiento de los recursos esenciales que sostenían la vida. La tecnología gNomir no producía contaminación y, de hecho, gracias a ella se redujeron las consecuencias que nuestro planeta sufría, y aún padece, debido a la crisis climática. Pero ¿de qué sirve el aire puro si no queda agua en el desierto que te rodea? ¿Una cultura ecocida como la gNomir no se convierte en genocida por defecto?
Preguntas como esas atormentan a la archivera y a veces piensa que la Escuela del Provenir tiene razón. Entonces, relee las cartas de Uki, Mthunzi y Olathe, para recuperar la confianza, e incorpora más anotaciones en el tablón. Puede que la breve Era de la Cooperación y la Prosperidad fuese una trampa; una huída hacia delante que condenaría a la extinción a nuevas especies. Puede que la guerra nos salvase de ese futuro estéril y que el terrible colapso de la Sociedad Precedente que produjo fuese una necesidad. Los retales del pasado que integra y teje, a pesar de todo, cuestionan que la violencia fuese inevitable y ni siquiera señalan que la culpa de esta fuese gNomir. Las pruebas son tan minúsculas que muchos las desecharían por irrelevantes, pero Arcadia considera que llenaron el vaso de la paciencia de la exoespecie, gota a gota, e incluso cree que sabe cual de ellas lo colmó.
La primera evidencia se encuentra en el propio nombre de la exoespecie. En la lengua gNomir, la «g» es muda, aunque ese detalle nunca se tuvo en cuenta y todos se referían a ellos como Genomir o incluso Génomir, lo cual les resultaba más ofensivo. Además, estos fueron los únicos que se esforzaron en hablar la lengua extranjera y algunos humanos ridiculizaban su forma de cecear o les producía ternura el resto de dificultades que tenían para expresarse. Pese a que era una especie mucho más avanzada tecnológicamente, cuando trataban con ellos lo hacían con condescendencia por los errores gramaticales y las formas simples que empleaban. Pensaban que eran infantiles o, peor aún, «lentos»; criaturas de ideas y necesidades limitadas. Por lo general, cada intercambio estaba lleno de sonrisas, aunque el significado de las gNomir indicaba un malestar creciente.
La industria del entretenimiento explotó la imagen gNomir de todas las maneras posibles. Se los invitó a un programa infantil en el que el elenco estaba formado exclusivamente por marionetas y que terminaba con una canción cuyo estribillo, repetido hasta la saciedad, era «Génomir a dormir». Una canción tan pegadiza que Arcadia a veces se descubre tarareándola durante las tareas más tediosas en el Archivo. También se crearon series de dibujos, animadas a todo correr, con el único objetivo de vender peluches gNomir. Al menos el nombre de la exoespecie estaba bien escrito en los títulos de crédito. Ni siquiera en las entrevistas de los programas para adultos les hacían preguntas sobre tecnología o los cortaban a mitad de frase si intentaban explicar conceptos complejos. En cambio, las preguntas sobre lo detalles de su vida sexual se repetían en cada plató de televisión y los gNomir sonreían con rabia.
La gente común los trataba de forma ambivalente. Por una parte, el entusiasmo de unos pocos rozaba la veneración. Se disfrazaban con pieles, los seguían a todas partes y gritaban las pocas palabras en gNomir que habían aprendido para llamar su atención. Querían formar parte de la «gran tribu de las estrellas» y hasta se proponían en matrimonio. El acoso constante obligó a tomar medidas y las autoridades escoltaron a los gNomir en todo momento, aunque hubo algunos incidentes, como el fanático que los guardas de seguridad dejaron inconsciente tras arrancar un puñado de pelos a un gNomir.
Por otra parte, los videos rescatados de las redes sociales que manipulaban la atención en la Sociedad Precedente no solo dan testimonio del acoso, sino también de la humillación. Un gNomir sonriente que tiene que esperar a que lo abracen todos los alumnos de un colegio, unos adolescentes que lanzan un puñado de cacahuetes al paso de una comitiva o una presentadora que imita el acento de la exoespecie con exageración en una entrevista a pie de calle, son solo algunos ejemplos.
Arcadia también ha documentado una sensación de hastío expresada en artículos de opinión de pequeños periódicos digitales. En ellos se habla de cómo la vida de miles de millones giraba en torno a diez mil gNomir, de cómo las carencias perennes de la Sociedad Precedente quedaban en segundo plano una vez más, de cómo se exigía tener un punto de vista al respecto. La archivera cree que esta mirada reflejaba la opinión de la gran mayoría. Y que la desesperanza, tanto como la arrogancia, sirve de combustible para el prejuicio.
El 17 de marzo de 2031 se inauguró una central geotérmica con tecnología gNomir en una pequeña nación del Mediterráneo. Tras la rueda de prensa en la que intervinieron ambas especies, el esbelto presidente humano se inclinó sobre el gNomir y le revolvió el pelaje de la cabeza. Después, cuando algunos periodistas le recriminaron el gesto, este se encogió de hombros. «¡Es que son tan monos!», se excusó. Esa misma noche cayeron todos los satélites terrestres y empezó la guerra. Esa fue la gota que colmó el vaso.
La guerra en sí misma no le interesa a la archivera. El primer día que la nave nodriza bombardeó bases militares, infraestructuras energéticas y de telecomunicaciones, los dirigentes de algunas naciones pidieron ayuda a los gNomir porque pensaban que estaban siendo atacados por sus enemigos históricos. No concebían que la «entrañable» exoespecie fuese capaz de semejante barbarie y cuando no pudieron negarla, tampoco imaginaban los motivos. «¿Por qué?», se preguntaba en primera plana uno de los últimos periódicos publicados en la Sociedad Precedente.
A partir de ahí, Arcadia da por cierta la enseñanza de la Escuela del Provenir; fue gracias al sacrificio de los Héroes que salimos victoriosos. Sus padres, de hecho, le pusieron ese nombre en honor a una de las luchadoras. Hace decenas de añadas que dejó de estar de moda esa costumbre, pero le produce un orgullo que le es difícil de explicar. A veces sueña con ser tan valiente como ella para enfrentarse a la Asamblea y compartir las conclusiones de su trabajo de investigación.
No pretende justificar a los gNomir, solo ampliar la perspectiva e introducir matices en la tesis que la Escuela del Porvenir da por buena. El estudio del pasado no solo es una herramienta para recuperar los conocimientos perdidos de la Sociedad Precedente; también puede ser un espejo donde mirarnos. Aunque seamos huérfanos, los escombros aún tienen mucho que enseñarnos y, si los ignoramos, tarde o temprano cometeremos los mismos errores que nuestros difuntos padres.
Por desgracia, cuando repasa y corrige las conclusiones, siente miedo. ¿Quién es ella para cuestionar a la Escuela del Porvenir? ¿Acaso un trabajo realizado en su tiempo libre es más valioso que el de los anteriores archiveros que la precedieron? La duda siempre consume a Arcadia en el último momento y, de la misma forma que los buitres sobrevuelan la carroña, el Reverendo-Ingeniero que recoge el correo tiene la capacidad de aparecer en los instantes más inoportunos.
«¿Otra vez con tus Génomir?», le pregunta. «¡Siempre tan distraída!», añade. El hombre ojea los papeles que tiene sobre la mesa con fingido interés, pero solo prepara el siguiente consejo no solicitado. «Alguien de tu talento y encantos debería dedicarse a otra cosa. No digo que el Archivo no fuese necesario en el Despertar, pero ya no hace falta. ¡Debemos desapegarnos del Pasado y abrazar el Porvenir!». Tras recitar alguna versión del lema de la Escuela del Provenir, el Reverendo-Ingeniero repasa todos los puestos vacantes en las diversas áreas de investigación y termina siempre de la misma manera. «El Porvenir necesita a mujeres como tú, Arcadia».
Sin embargo, no es la presencia incómoda en un momento de debilidad. Ni siquiera las propuestas y juicios ordinarios. Lo que más enfurece a Arcadia es el gesto. Tras aleccionarla gratuitamente, el Reverendo-Ingeniero menea la cabeza, suspira y le da un par de palmadas afectuosas en el hombro. La mano extraña permanece en contacto con el cuerpo de la archivera más tiempo del necesario y, antes de retirarla, ejerce una presión apenas perceptible.
Y, mientras el intruso se aleja con el correo, Arcadia barrunta: «Cualquier día de estos, Reverendo-Ingeniero. Cualquier día de estos».
Me ha encantado. El trato condescendiente hacia quien se percibe como la otredad, si esa otredad parece inofensiva, está hilado muy fino con ese final en el que la otredad es Arcadia (por ser mujer). Y por cierto, «el esbelto presidente humano» es el perrosanxe, verdad? :P
(El anterior comentario es mío, que se me ha pasado escribirlo y no sé si sale por defecto al estar mi sesión iniciada en mataroa :))