«Preferiría no hacerlo»

La Cadarma

Cadarma, la: sust. Conxuntu de güesos articulaos ente sí que protex los órganos, sostién pelos músculos, da forma al cuerpu de los vertebraos.

Los pastores de las brañas de Somiedo tienen la costumbre de enterrar las calaveras de los animales que encuentran en el monte. Algunas mujeres aún las trituran y esparcen los restos alrededor de las cabanas de teito para ahuyentar a las alimañas. Los turistas que suben a los lagos los fines de semana, en cambio, creen que la práctica se trata de una superstición, pero bien que se alejan si escuchan el chillido de los ratones.

Dicen que esa es la primera señal de la presencia de la Cadarma y que precede a una hilera de ratones que avanza con la convicción de un torrente tras la lluvia copiosa. Entonces, lo más sensato es alejarse en dirección contraria. Los ratones van en busca de una calavera y, si dan con ella, es demasiado tarde para huir.

Venado, vaca, yegua o carnero; cuando la calavera aparece, empieza la incesante reconstrucción del animal. Los ratones corren en espiral para buscar los huesos que faltan y, si estos no aparecen, utilizan ramas o cualquier otra estructura con la que formar el esqueleto. El musgo y la corteza de los árboles simula una piel agrietada como un puzzle y los músculos y vísceras son los propios cuerpos de los frenéticos ratones que no cesan de desplazarse, sostener y chillar.

De vez en cuando, se mezclan los restos de diferentes animales y la Cadarma adopta un aspecto amorfo que no camina, sino que repta. Las extremidades improbables tropiezan unas con otras y los ratones salen despedidos al romperse, pero la confluencia nunca termina y los huecos son rellenados por nuevos roedores que reconstruyen el cuerpo informe al instante.

Los chillidos atraen a las alimañas, aunque la mayoría observa la Cadarma desde la distancia y saliva. Solo las más famélicas de las criaturas se acercan a por los ratones que son empujados por sus congéneres a través de las grietas de musgo y corteza. A veces, tienen éxito; atrapan un ratón entre las fauces y huyen a un lugar seguro. Otras, es un tentáculo de roedores el que emerge de la Cadarma, propulsado como un resorte, y el depredador se convierte en presa.

Tras la guerra, se cree que algunas hileras de ratones entraban en las cuevas de los fugaos. De allí salía la Cadarma con aspecto humano y, por las noches, bajaba hasta las aldeas en busca de los hombres que los habían delatado en vida. Sin embargo, nadie que la haya visto de esta forma aún vive para contarlo, pero los testimonios de su presencia se siguen compartiendo a cuenta gotas. El último aún perdura en las tertulias de los chigres de Somiedo.

Los hermanos Forcelledo, cazadores furtivos, obviaron los chillidos hasta que se cruzaron con el torrente de ratones. Dos de ellos echaron a correr y no descansaron hasta llegar a La Pola Somiedo. El tercero, no obstante, siguió a los ratones. Sus hermanos aseguran que por bravuconería, aunque los que lo conocían sabían que sufría el desprecio de estos por ser el más pequeño y tenía que demostrar su valía en cada oportunidad. Sin saber qué hacer, los hermanos tomaron un licor en Casa Miño para templar los nervios y pensaron en organizar una batida, pero justo cuando iban a iniciar la búsqueda, el pequeño atravesó la puerta. Estaba pálido, cubierto de barro y boqueaba como si intentara hablar. Cuando al fin lo consiguió, de su boca no salieron palabras, solo ratones. Lo intentó una segunda vez con el mismo resultado y, a la tercera, vomitó un último roedor y cayó fulminado.

Aún se discute el origen de la Cadarma y la periodicidad con la que aparece. Se cree que la caza indiscriminada de todo tipo de alimañas influye en el aumento de la frecuencia, aunque no se sabe si la falta de lluvias la convoca más o menos a menudo. También se debate sobre el tiempo en el que permanece activa. La mayoría asume que por solo una noche, pero una de las historias habla de la Cadarma de aspecto humano que reside de forma permanente en una cueva de El Mocosu.

Lo que sí sabemos es que esas historias refuerzan la repulsión atávica que algunos sentimos al ver un ratón; un pequeño mamífero que en otras circunstancias nos parecería inofensivo. Incluso las personas más orgullosas y autosuficientes se desvelan por la noche si escuchan el chillido del roedor.

cervunu

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