«Preferiría no hacerlo»

El monolito de la necrópolis de Son Real

El monolito.

Sabemos que las excavaciones en la necrópolis talayótica de Son Real empezaron en la década de 1950, aunque la historia del monolito pertenece al ámbito del secreto de estado y la especulación. No aparece en la documentación recogida por Roselló Bordoy, ni en la de los posteriores arqueólogos que trabajaron en el yacimiento; y los hortelanos que presenciaron los trabajos nocturnos para llevarse «la pedra» hace tiempo que están muertos.

También sabemos que, en aquella época, la definitiva integración del régimen franquista en el bloque occidental se materializó con los Pactos de Madrid de 1953. El acuerdo firmado con Estados Unidos es conocido, cuatro bases militares a cambio de ayuda económica y armamento, pero una de las cláusulas que nunca trascendió fue la que permitía el acceso y la disposición de los restos encontrados en la necrópolis. Las autoridades locales pensaron que aquello sería el capricho de algún excéntrico coleccionista y el monolito desapareció de Mallorca sin que le dieran importancia.

El monolito de Son Real es relativamente pequeño si lo comparamos con otros obeliscos y menhires aparecidos en la cuenca mediterránea; apenas dos metros de altura por cuarenta centímetros de diámetro. La composición de la roca de basalto con la que está formado no es homogénea por completo; además del habitual magnesio, hierro o sílice, posee concentraciones irregulares de algunas tierras raras como promecio, samario o iterbio. Sin tener en cuenta esta rareza, y pese a ser la roca volcánica más común de nuestro planeta, el basalto no se encuentra en el entorno de la necrópolis, así que la hipótesis de uno o varios desplazamientos, durante la existencia del monolito, también explica la enorme desviación temporal entre la datación de los minúsculos grabados que lo cubren y la profundidad en la que fue descubierto. Los grabados se tallaron entre el 3300 y el 2900 a. C. y, según la estratigrafía arqueológica, el traslado a Son Real ocurrió entre los siglos III y IV d. C., mucho después de que la necrópolis fuera abandonada.

La fecha de los grabados, que por sí misma no representa nada extraordinario, fue lo que suscitó el interés inicial de los investigadores estadounidenses. En el IV milenio a. C. ya existían sistemas de protoescritura como la escritura Vinča o la cuneiforme, aunque las sociedades que las emplearon existieron en amplios márgenes temporales y espaciales nunca compartidos; sin embargo, ambos sistemas están presentes en el monolito junto a otros conocidos y algunos que aún no hemos descubierto. Esta fascinante singularidad es solo el principio de un camino improbable; a medida que la lectura asciende desde la base, encontraron registros de idiomas cada vez más lejanos a la fecha de datación estimada. Y se trata de una sucesión cronológica que no termina con nuestras lenguas contemporáneas; los registros que podríamos considerar «familiares» solo ocupan un tercio de la superficie del monolito.

En cualquier caso, el monolito no recoge todos los idiomas pasados y presentes, pero los lingüistas que tuvieron acceso a los grabados consideraron que las familias de lenguas recogidas eran suficientes para interpretar el mensaje en todas las épocas y lugares posibles. Tanto es así, que se aventuraron a describirlo como una Piedra de Rosetta universal que podría utilizarse para descifrar algunas de las escrituras antiguas cuyo significado todavía desconocemos, como el idioma harapano o el lineal A cretense. Respecto a las lenguas «futuras» que registra, la hipótesis que estimaron más plausible defiende que se tratarían de evoluciones, o regresiones en algunos casos, de las lenguas contemporáneas.

Entonces, quienes tallaron el monolito querían que su mensaje fuese entendido «en todas las épocas y lugares posibles»; una intención que nos recuerda el problema al que se enfrenta la lingüística y la semiótica en Onkalo, el depósito geológico para residuos nucleares excavado en la costa oeste de Finlandia. El desafío consiste en idear una sistema de alerta que no solo perdure durante los cientos de miles de años en los que los residuos serán radioactivos, sino que sea comprensible por la sucesión de sociedades humanas que prosperen y desaparezcan en el mismo intervalo. Pero, seamos justos. Los investigadores que estudiaron el monolito vivieron en una época donde la industria nuclear era incipiente; ni siquiera existían depósitos permanentes y podían ignorar las consecuencias a largo plazo. La extraña composición del monolito, además, no emitía ningún tipo de radiación dañina. En consecuencia, la analogía que a nosotros nos sugiere prudencia, para ellos carecía de sentido. Y poco importó que el mensaje que los grabados revelaban fuesen dos inquietantes frases repetidas en infinidad de lenguas: «La piedra muestra el futuro. Apoya la mano, mira y verás tu muerte».

Las muertes.

Hasta ahora, hemos evitado el camino de la especulación en la medida de lo posible, pero nos resulta difícil avanzar sin transitarlo. Queremos dejar constancia de este hecho antes de continuar; pese a que las sendas que sigamos o señalemos sean sugerentes, solo son conjeturas. Y, aunque intentemos justificarlas, serán tan válidas como las vuestras.

Si «la piedra muestra el futuro», eso explicaría la presencia de lenguas que no existían en el momento en el que fue grabada. Para comprender las muertes de los dos lingüistas que tuvieron acceso al monolito, no obstante, hace falta una perspectiva que roza los límites de nuestro entendimiento. Imaginamos que apoyaron la mano y miraron en algún momento del análisis, pero experimentar la muerte in situ es algo muy diferente a verla, como indica el mensaje. Sea como fuere, los lingüistas solo fueron los primeros; tres técnicos de laboratorio también murieron durante aquella semana fatídica antes de cancelarse la investigación. Y la madrugada que trasladaron «la pedra» a su ubicación definitiva, un búnker militar en el desierto de Nevada, encontraron el cuerpo sin vida del director del proyecto junto al monolito.

Las autopsias de los seis cadáveres concluyeron la misma causa de muerte en todos los casos: parada cardiorrespiratoria inducida por una depresión respiratoria repentina del tronco encefálico. Esta causa, creemos, se trata de una consecuencia en realidad. Las grabaciones de seguridad confirman que todos los fallecidos apoyaron la mano antes de morir y lo que vieron en el monolito fue lo que les causó la muerte.

La lectura del futuro es un escenario cuyas implicaciones estarían atravesadas por todo tipo de complejidades y paradojas. Una «bola de cristal» mostraría el avance de una línea temporal que sería imposible de modificar, al menos si tenemos en cuenta la conjetura de protección cronológica de Stephen Hawking. Esto querría decir que si observamos un suceso del futuro, este tendría que ocurrir por necesidad o de lo contrario no habría aparecido en dicho avance. El hipotético artefacto que lea el futuro sería una máquina de confirmación de causalidades, nada más.

¿Que ocurriría si el suceso que queremos observar es nuestra propia muerte? Siguiendo la misma lógica, toda circunstancia que la rodee sería inalterable. Entonces, cabría pensar que aquel que «apoye la mano» se vería morir de viejo porque entendemos que querría evitar cualquier otra alternativa traumática y, en ese caso, el futuro no la mostraría en primer lugar. Pero no es tan sencillo; las variables que el «voyeur» podría modificar por el camino seguirían siendo infinitas. Y, enfrentados a este conflicto teórico, nosotros proponemos una solución: la muerte inducida por protección cronológica.

Esta alternativa mostraría una «visión» que proponemos de la forma más mundana posible para alejarnos de cualquier influencia mística: quien apoye la mano se vería a sí mismo apoyándola hasta morir. Si alguno de nosotros sentimos miedo al pensar siquiera en la muerte, un miedo capaz de alterar nuestro ritmo cardíaco, creemos que «experimentarla» sería una vivencia imposible de asimilar. Nuestra mente sucumbiría y, de esa manera, el orden cronológico permanecería inalterable. La más macabra de todas las profecías autocumplidas posibles.

La advertencia.

Llegados a este punto, no nos sorprendería si se dudara de que «la piedra muestra el futuro» en algún caso. Todo lo acontecido parece indicar que el monolito de Son Real es una simple máquina de suicidio asistido y esa fue la conclusión a la que llegaron los investigadores supervivientes que lo estudiaron. Nosotros, sin embargo, no podemos obviar la sucesión de lenguas pasadas, presentes y futuras que están grabadas en la superficie de basalto. Creemos que la veracidad del mensaje transmitido en ellas es la confirmación de su existencia, pero una «bola de cristal» no sería solo una máquina de confirmación de causalidades; también se trataría de una prueba de humildad definitiva, ademas de una fantasía del equidistante. Es decir, el orden cronológico se preservaría en aquellos sucesos en los que somos irrelevantes o meros espectadores.

La incógnita en la que tropezamos no cuestiona la primera frase del mensaje, sino el motivo tras la inclusión de la segunda. Nuestra mirada estaría tan condicionada tras leerla como en la paradoja del elefante rosa: si nos piden que no pensemos en un elefante rosa, esa misma imagen aparecerá en nuestra mente. Entonces, si leemos el mensaje del monolito y apoyamos la mano en él, pensaremos en nuestra muerte y sucumbiremos a la protección cronológica. ¿Por qué introducir semejante advertencia si se trata de una trampa?

No sabemos si el monolito mostraba el futuro antes de ser grabado ni durante cuánto tiempo lo hizo. Quizás, la advertencia fue una manera de poner fin a la práctica. Quizás, consideraron que la observación de un futuro inalterable carecía de propósito y priorizaron la capacidad eutanásica del monolito. Quizás, sintieron frustración ante su propia irrelevancia y grabaron el mensaje, por puro rencor, para condicionar la mirada de las generaciones posteriores.

En cualquier caso, regresamos al problema de Onkalo y los residuos nucleares. Una de las propuestas para advertir del peligro del depósito consiste en la inclusión de señales físicas que transmitan la emoción de que algo no está bien en el lugar. Un paisaje de estacas, espinas o bloques irregulares podría sugerir la sensación de peligro mejor que cualquier mensaje detallado que no sabemos si se entenderá o perdurará a lo largo del tiempo en el que será necesario.

Creemos que quienes desplazaron el monolito a Son Real eran conscientes del peligro y compartían la misma inquietud con los semiólogos de Onkalo; la elección de la necrópolis talayótica no fue una casualidad. Esta ubicación, única en toda la cuenca mediterránea, representa la intersección de tres lugares simbólicos en los que el tiempo pierde la apariencia de continuidad. Necrópolis, yacimiento arqueológico y mar. Lugares, todos ellos, asociados con la muerte y el futuro quebrado. Y, pese a todas las señales y advertencias, seguimos «apoyando la mano».

Si algo tiene que enseñarnos la experiencia del monolito de Son Real, es que todos los esfuerzos que se lleven a cabo para advertir del peligro de las necrópolis nucleares serán en vano.

cervunu

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